Prácticas para aquietar la Mente
Montse Simón
Patañjali, uno de los grandes sabios del yoga, nos habla en sus Yogasūtra, de que para conseguir detener el flujo de la mente se necesita desapego (vairāgya) y práctica constante (abhyāsa). Además de estas dos prácticas, Patañjali menciona otras prácticas que nos ayudan a alcanzar el estado de la mente, conocido como samādhi, en el que cesa la agitación mental. Una de estas prácticas consiste en la entrega o devoción a Īśvara. Algunos han interpretado que se refiere a un camino de devoción a Dios. Para otros, Īśvara encarna el arquetipo de perfección, sin que éste tenga que asociarse necesariamente a la idea de Dios. Se dice de él:
“Īśvara es un ser especial que no está afectado ni por las causas del sufrimiento, ni por las acciones, ni por los resultados o por los restos latentes de otras acciones de vidas anteriores”.
Sea como fuere, la entrega o la devoción hacia esta forma del ser completamente libre o Dios, se convierte en un camino para nuestra propia meta de liberación, que siempre implica en último término liberarnos del sufrimiento.
Se dice de él que fue el primero de los maestros y que su representación es la sílaba sagrada OṂ. Se nos alienta entonces a practicar con la repetición del mantra OṂ y la contemplación de su significado.
El mantra es una fórmula sagrada cuya repetición ayuda a concentrar la mente. Se dice que etimológicamente significa “aquéllo que sirve para la mente”. Es importante distinguir entre los mantras que conforman los himnos védicos, frente al mantra como expresión sagrada dedicada a una divinidad concreta o empleada para el desarrollo de unas determinadas cualidades.
Al hablar de la repetición (japa) del mantra, nos estamos refiriendo a aquel sonido, conjunto de sonidos o expresión sagrada que nos ayuda a calmar la agitación mental. A diferencia de la oración enfocada a comunicarse con Dios, a menudo dándole gracias o pidiendo perdón, o bien formulando algún tipo de deseo, el mantra expresa sólo la energía divina que se hace presente, nombrándola una y otra vez con actitud reverente.
La vibración del sonido y de la palabra nos impregnan, a nosotros y a todo cuanto hay a nuestro alrededor, de la energía con la que van cargados. Por otro lado la repetición, continuada (japa) ayuda a concentrar la mente, a fijar nuestra atención y eliminar los obstáculos que nos alejan de nuestro centro y de la conciencia interna. Por tanto, el mantra es ante todo una herramienta para la mente, para clamarla y poder ir hacia dentro en el camino del autoconocimiento.
A parte de OṂ, que es el mantra sagrado por excelencia, existen otro tipo de mantras que tienen la misma finalidad. Desde mantras dedicados a las divinidades como el conocido Oṃ namaḥ śivāya, a los llamados mantra-semilla (bīja mantra) de la tradición tántrica, que contienen en un sólo sonido una multitud de propiedades, símbolos y energías divinas: aiṃ, hrīṃ, śrīṃ, krīṃ...
El mantra nos recuerda lo importante que es la Palabra y cómo la vibración del sonido es una forma de energía y que aquéllo que decimos tiene su impacto en el universo. Por supuesto, la intención también resulta fundamental a la hora de imprimir fuerza a dicha energía.
El mantra es una fórmula sagrada cuya repetición ayuda a concentrar la mente. Se dice que etimológicamente significa “aquéllo que sirve para la mente”. Es importante distinguir entre los mantras que conforman los himnos védicos, frente al mantra como expresión sagrada dedicada a una divinidad concreta o empleada para el desarrollo de unas determinadas cualidades.
Al hablar de la repetición (japa) del mantra, nos estamos refiriendo a aquel sonido, conjunto de sonidos o expresión sagrada que nos ayuda a calmar la agitación mental. A diferencia de la oración enfocada a comunicarse con Dios, a menudo dándole gracias o pidiendo perdón, o bien formulando algún tipo de deseo, el mantra expresa sólo la energía divina que se hace presente, nombrándola una y otra vez con actitud reverente.
La vibración del sonido y de la palabra nos impregnan, a nosotros y a todo cuanto hay a nuestro alrededor, de la energía con la que van cargados. Por otro lado la repetición, continuada (japa) ayuda a concentrar la mente, a fijar nuestra atención y eliminar los obstáculos que nos alejan de nuestro centro y de la conciencia interna. Por tanto, el mantra es ante todo una herramienta para la mente, para clamarla y poder ir hacia dentro en el camino del autoconocimiento.
A parte de OṂ, que es el mantra sagrado por excelencia, existen otro tipo de mantras que tienen la misma finalidad. Desde mantras dedicados a las divinidades como el conocido Oṃ namaḥ śivāya, a los llamados mantra-semilla (bīja mantra) de la tradición tántrica, que contienen en un sólo sonido una multitud de propiedades, símbolos y energías divinas: aiṃ, hrīṃ, śrīṃ, krīṃ...
El mantra nos recuerda lo importante que es la Palabra y cómo la vibración del sonido es una forma de energía y que aquéllo que decimos tiene su impacto en el universo. Por supuesto, la intención también resulta fundamental a la hora de imprimir fuerza a dicha energía.
Volviendo a la práctica de la entrega a Īśvara, quisiera hacer un especial hincapié en el acto de entrega, de devoción. Esta actitud implica necesariamente dejar a un lado nuestra identificación con el “yo” para llevar la atención hacia algo mayor. Nos preocupamos en la vida de montones de cosas “importantes”: el trabajo, el dinero, malentendidos personales, deseos insatisfechos o en proceso de verse satisfechos, lo que nos dijo aquel, lo que le vamos a decir al otro, qué pensarán de nosotros, qué me voy a comprar o qué le puedo comprar, cómo voy a conseguir que me hagan caso, que me vean, que me reconozcan, la salud, no envejecer , estar favorecido, etc. ¿Realmente son importantes todas estas cosas?, ¿quién determina la importancia que tienen?, ¿no sientes a veces que es como estar dando vueltas en una rueda de ratón, en la que siempre llega una nueva preocupación?
Cuando concentramos nuestra atención en la repetición del mantra, que encarna una energía divina y cuando entregamos nuestra atención a lo divino, poco a poco muchas cosas que antes nos preocupaban pierden importancia. Es entonces cuando nos damos cuenta de que son todo fenómenos pasajeros y nos hacemos conscientes de una energía que “no se ve afectada por las causas del sufrimiento, ni por las acciones (...)”. Esta energía se puede forjar en nuestra propia persona y no se hace a través de la ciega creencia, del tipo “no me tengo que dejar afectar por esto” sino a través de la práctica, de concentrar la mente en un solo punto y de contemplar, que no imponernos, otras formas de energía. Se observa así, si puedo entregarme a esa energía, analizando las resistencias que aparecen. Pero también entregarlas, lo cual quiere decir aceptar que aparecieron, verlas y darlas a la vida.
El texto de Patañjali tiene en cuenta los distintos obstáculos que uno se puede encontrar cuando quiere concentrar la mente: la enfermedad, la apatía, la duda, la negligencia, la pereza, el deseo hacia los goces, etc. Para conseguir eliminar este tipo de obstáculos y los estados de agitación que conllevan, se proporcionan más técnicas: alegrarnos por aquello que resulta feliz para nosotros o para otros, compasión hacia las situaciones de sufrimiento, alegría hacia lo meritorio. También dejar a un lado aquello que no aporta ningún bien. Todo ello mediante prácticas respiratorias de expulsión y retención del aliento. Pero también otros procesos, como la fijación de la atención sobre un objeto físico, observarlo por completo, como si no existiese nada más que ese objeto. O tomar como soporte del conocimiento el estado onírico o el estado de un sueño profundo en el que uno se despierta con la sensación de haber estado en paz.
A través de este tipo de prácticas uno accede al estado de samādhi, en el que el cese de la actividad mental proporciona el espacio necesario para captar la realidad desde otra visión no filtrada por los juicios y el lenguaje. Este estado de samādhi es gradual hasta llegar a su plenitud, cuando la distinción entre objeto y sujeto desaparece. Es la absorción de los místicos, en la que la identificación con el “yo” se desvanece por completo y no hay más un “yo” ni un “tú”.
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